martes, 2 de septiembre de 2008

LAS IDEAS ACERCA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA EN EL DISCURSO DE HUGO CHÁVEZ FRÍAS (1998-2003)


LAS IDEAS ACERCA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA EN EL DISCURSO DE HUGO CHÁVEZ FRÍAS (1998-2003)
Juan Eduardo Romero[1]. La Universidad del Zulia- LITEP. E-mail: juane1208@cantv.net

RESUMEN
El presente trabajo, recoge los estudios realizados en el marco del proyecto de investigación denominado Espacio público, participación y militarismo en Venezuela (1998-2002), bajo los auspicios de la Universidad del Zulia a través del Consejo Científico y Humanístico (CONDES). Se parte de elementos teóricos derivados del análisis del discurso y la filosofía política, para aproximarnos a la reconstrucción de la naturaleza del pensamiento político de Hugo Chávez Frías, particularmente se considera la idea de la historia manejada en relación con los actores y procesos del pasado, tanto en una noción de larga como de corta duración. Se establece que el manejo de la historia y los procesos históricos, se hacen en tres planos esenciales: a) como reconstrucción del pasado cercano y lejano; b) como estrategia de deslegitimación de los actores políticos opositores y c) como dinámica justificativa del desenvolvimiento político del llamado Proyecto Bolivariano. Se concluye estableciendo que las estrategias discursivas del chavismo, forman parte del intento de establecer una hegemonía política en el sentido gramsciano del término.
Palabras Claves: discurso, historia, Venezuela, Chavismo, Política.


THE IDEAS ABOUT THE HISTORY OF VENEZUELA IN THE SPEECH OF HUGO CHAVEZ FRÏAS (1998-2003).

SUMMARY
The present work, gathers the studies made within the framework of the denominated project of investigation public Space, participation and militarismo in Venezuela (1998-2002), under the auspices of the University of Zulia through the Scientific and Humanistic Council (COUNTS). Part of theoretical elements derived from the analysis of the speech and the political philosophy, to approximate us to the reconstruction of the nature of the politic thoughtof Hugo Chávez Frias, particularly considers the idea of the history handled in relation to the actors and processes of the past, as much in a notion of long like of short duration. One settles down that the historical handling of history and processes, become in three essential planes: a) like reconstruction of the near and distant past; b) like strategy of deslegitimaciof competing political actors and c) like justificatory dynamics of the political unfolding of the call Bolivariano Project. One concludes establishing that the discursivas strategies of the chavismo, comprise on the attempt to establish a political hegemony in the gramsciano sense of the term. Key words:
speech, history, Venezuela, Chavismo, Policy.

Introducción

La dinámica política reciente en Venezuela, puede ser caracterizada a través de la idea de aceleración histórica, referida sustancialmente a la sucesión de cambios (no sólo en los paradigmas políticos de la democracia) en la instrumentación del poder. Este proceso, dada la agresiva sucesión de acontecimientos, dinámicas y posturas socio-políticas ha pasado parcialmente desapercibido para el ciudadano común. La fijación ha estado centrada en la circunstancia de la animosidad política-discursiva surgida entre los actores políticos emergentes – el Movimiento Quinta República (MVR)[2], el partido Primero Justicia (PJ)[3], Alianza Bravo Pueblo (ABP)[4], los nuevos movimientos sociales tales como Gente del Petróleo (GP)[5], entre otros- que dirimen la hegemonía del sistema político venezolano, y por lo tanto, la capacidad de imponer un Proyecto Histórico a largo plazo.
En ese escenario, cabe introducir una inquietud referida a la naturaleza de la construcción del poder, los mecanismos institucionales aplicados y las prácticas políticas y discursivas, de los actores confrontados. Al intentar responder esa inquietud, se encuentra en primer lugar, el problema del poder. Al respecto es interesante la noción weberiana, a través de la cual el poder se define como la probabilidad de que las personas o grupos hagan su voluntad aunque otros se les opongan (Weber, 1964), que se traduce en la práctica política en una forma de institucionalizar la visión, la idea, que un cúmulo de personas tiene acerca de las relaciones entre los hombres. El poder, se relaciona en la dimensión de posibilidades de construcción de las prácticas cotidianas desarrolladas en la vida pública, para ello la noción de espacio, participación y deliberación son esenciales para descubrir y entender las relaciones socio-políticas.
La noción de poder, tal como la hemos definido, nos lleva a establecer la forma como se institucionaliza en el campo del espacio público, es decir, como el ciudadano común, que habita en la polis obedece el mandato. El poder, puede ser ejercido de diversas maneras, la más común es a través de la fuerza o la amenaza coactiva de su uso, sin embargo, la implementación de un poder basado exclusivamente en el uso de la fuerza, resulta altamente costoso, tal como lo indica Gerhard Lenski (1993:64): “ aunque la fuerza es el instrumento más eficaz pata tomar el poder en una sociedad, y si bien siempre quedan los cimientos de cualquier sistema de desigualdad, no es el medio más eficaz para conservar y explotar una posición de poder y obtener de ella los máximos beneficios”.
El poder, pensado en términos exclusivos del ejercicio de la violencia, no resulta más que en dinámicas signadas por la alteración, muy cercanas al llamado estado de la naturaleza del cual nos hablaba Thomas Hobbes en su Leviathán (1980). El poder, debe estar marcado por lo tanto, por un desenvolvimiento que logre a través de otros medios que no sean la violencia, el cambio de parecer de los hombres, convenciéndoles que lo hecho por ellos es lo correcto, así no lo sea.
Según esto, el ejercicio del poder se asocia, en su práctica más perfecta a la política como un arte o instrumento, es lo que explica Michelangelo Bovero (1984:37) cuando afirma: “el poder es la materia o la sustancia fundamental del universo de entes que llamamos política”, introduciéndonos en los problemas de la legitimidad del poder[6] y sus implicaciones para la comprensión de los problemas de la gobernabilidad democrática[7].
Legitimidad y legalidad[8], son problemas derivados de la relación de la política y el poder. La primera, permite distinguir entre gobernantes y gobernados, y es clave para explicar la acción pública; por su parte la legalidad nos introduce en la idea del buen gobierno y el mal gobierno, y por lo tanto a los problemas del orden y el caos en las sociedades modernas. En cualquiera de los casos, resultan esenciales en cualquier intento de comprender y explicar las dinámicas socio-políticas modernas. La construcción de la legitimidad y la legalidad, si bien están asociadas al derecho y la práctica pública (la eficacia y atención de las necesidades sociales), también lo están a la manera como se “presenta” la realidad vivida, para ser comprendida por el ciudadano en el espacio público, es decir, la naturaleza del discurso, y en el caso particular, la naturaleza del discurso político.
Cuando hablamos de discurso, se aplica a una forma de utilización del lenguaje, a discursos públicos o más general, al lenguaje oral, pero asimismo se encuentra referido a un suceso de comunicación que incorpora aspectos funcionales que expresan ideas, creencias, que en sí mismas son parte de procesos más complejos que indican un reflejo de situaciones sociales concretas, en las cuales nos vemos reflejados como ciudadanos[9]. Para Adriana Bolívar (1997:26-27), “...el discurso es social porque las afirmaciones , las palabras y los significados, dependen de los grupos sociales que las empleen, de los lugares en que se usen, y de los propósitos con que se utilicen”, ello implícita que los actos del habla emitidos no sólo consisten en estructuras de sonidos e imágenes, o en formas abstractas de oraciones o complejas estructuras de sentido local o global, sino que es necesario describirlos como acciones sociales que llevan a cabo los usuarios del lenguaje cuando se comunican entre sí en situaciones sociales y dentro de la sociedad y la cultura en general.
El discurso, es al mismo tiempo, conocimiento porque va más allá de las diferencias que los niveles de preparación o formación educativa puedan introducir en el uso del lenguaje, para entrar en la representación que las personas hacen del mundo, es decir con los procesos cognitivos que intervienen en la construcción y la expresión de la realidad social y política. En este sentido, el discurso contribuye a la constitución y/o transformación de la sociedad y la cultura, a través de tres dominios de la vida social: a) las representaciones del mundo; b) las relaciones sociales entre las personas y c) las identidades individuales y sociales de las personas. Para Madriz (1997:112), “...es gracias a la representación que los hombres pueden hacer el mundo inteligible, en primera instancia a través del lenguaje; más allá de él, gracias a la asignación de un sentido simbólico de la realidad y a la experiencia que de ella tenemos. Sólo porque podemos representar – crear imágenes, ponerlas en lugar de, convencionalizar y compartir signos/ símbolos que representan a “la realidad” – podemos existir y dotar de existencia al mundo”.
Lo que se quiere expresar, es que el discurso, más allá de una mera emisión de signos y símbolos, es parte sustancial para comprender las formas de relación de la política y el poder, a través del discurso político[10], más aun cuando se asiste a un proceso generalizado en Latinoamérica de deterioro de la idea de democracia, cuyos efectos se han registrado en una disminución de las creencias en las posibilidades de los partidos y sus representantes, para solventar las necesidades sociales del ciudadano común. La crisis de lo político, se ha concretado en el deterioro del Estado de Bienestar, y con ello de las instituciones surgidas en su entorno (órganos de representación, instituciones públicas, liderazgos), pero al mismo tiempo es una crisis de lo histórico, en tanto es la expresión concreta del agotamiento de una idea o representación del momento vivido, y por lo tanto del proyecto de país que los hombres construimos en la actividad pública[11].
En las dinámicas cambiantes de la democracia en América Latina en general, y de Venezuela en particular, se asiste a una situación donde la precariedad de la situación social y política, hace necesaria la construcción de una serie de estrategias destinadas a lograr el “convencimiento general”, entendido en términos de legitimación de las relaciones de poder, y para lograrlo el discurso político[12] debe perfeccionar sus mecanismos de implementación, recurriendo a acciones que propenden a legitimar los actos del habla de unos y deslegitimar los de otros, y eso se logra a través de lo que Michel Foucault (1970:11) denomino procedimientos de exclusión, que tienen por función “...conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su terrible materialidad. Ya que el discurso no es simplemente lo que manifiesta el deseo; es también lo que es el objeto del deseo; y ya que el discurso no es simplemente aquello que traduce luchas o sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.
Por lo tanto, aproximarnos a los referentes socio-históricos del discurso chavista, como un discurso del antipoder, que se transformo en hegemónico a partir de 1998, nos permitirá entender la naturaleza del conflicto político experimentado por la sociedad venezolana en los últimos años, sin que con ello queramos señalar que no existió el conflicto socio-político en el período precedente (1958-1998). Esa transformación del discurso político del chavismo[13], de un discurso antipoder a uno del poder, debe ser entendido dentro de una dinámica signada por el agotamiento del modelo democrático venezolano, instituido a partir de 1958, y construido sobre una serie de representaciones e ideas que han sido progresivamente desmontadas a través de una estrategia de deslegitimación del chavismo, mediante la cual ha logrado establecerse y mantenerse como opción de poder.

1. EL CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO DE SURGIMIENTO DEL DISCURSO POLÍTICO DEL CHAVISMO (1992-1998).
El sistema político venezolano (SPV), puede ser caracterizado a partir de su instauración en 1958, como una democracia representativa constituida sobre tres grandes condiciones: a) la insistencia en el consenso como expresión política-democrática, que permitiera la búsqueda de soluciones a las divergencias surgidas entre los actores políticos en la implementación de las relaciones de poder; b) la evasión del conflicto, a través del cual se aseguraba que las divergencias debían ser solucionadas a través de los marcos institucionales establecidos por el sistema de partidos y los actores socio-políticos y nunca mediante medios violentos, ello por intermedio de un sistema de pactos o acuerdos y c) el desarrollo de un Programa Democrático Mínimo (PDM), destinado a la expansión del Estado de Bienestar, y a través de esté, el incremento del Gasto Público y la generación de respuestas sociales a las necesidades del ciudadano, mediante la intermediación de los partidos.
Antes de 1958, se asistió a un proceso de consolidación y /o modernización, que tiene sus inicios en los años finales del siglo XIX. En este sentido, la dinámica política que se inaugura en la segunda mitad del siglo XX, no puede ser vista más que en una relación de continuidad histórica con ese pasado, a través del cual se inaugura la creación de unas bases institucionales que tendrán como actotun principal al partido político (Bracho, 1992:39-88; Molina y Pérez, 1996:25-61).
El SPV, siguiendo a Carlos Romero (1992:85), “se ha caracterizado desde el punto de vista político por ser un sistema de partidos altamente centralizado, con un poder ejecutivo fuerte y una continuidad en el tiempo. Desde el punto de vista económico, por la presencia de un sector público poderoso, una economía rentista y una distribución del ingreso equilibrado”. Este sistema funciono, con gran eficacia hasta mediados de la década de los ochenta, cuando comenzó a experimentar un agotamiento de sus potencialidades y supuestos, generando una crisis de representatividad que afectó la capacidad del partido político – especialmente de los partidos hegemónicos AD y COPEI- para asegurar la gobernabilidad democrática[14]. Ese comportamiento político al cual hacemos referencia, reflejó la crisis del SPV como un proyecto hegemónico planteado por intermedio de los partidos políticos, los grupos económicos, las fuerzas armadas, la iglesia y los demás actores sociales[15].
La crisis, no tuvo resolución, por el contrario los agentes históricos que en 1958 tejieron las relaciones de poder sobre la base del entendimiento, devinieron en una confrontación caracterizada por el paso de una relación pura coincidencia a otro puro conflicto, deteriorando la estructura institucional que habían construido previamente[16]. La política se conformo en un ejercicio de la conflictividad, con una doble consecuencia: por un lado, en lo que respecta a los partidos políticos produjo un “desencanto democrático”, que los transformo de actores esenciales para la vida pública a grandes responsables de la crisis. Por otro lado, la política adquirió una dimensión a través de la cual el conflicto le asignó una movilidad socio-política importante[17], que no había tenido previamente, al volverla una actividad entre los hombres, tal como lo señalara Hannah Arendt (1997:46): “la política trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos”. Con ello se extrajo - parcialmente e imperfectamente – la política del campo hegemónico exclusivo del accionar del partido y sus representantes, otorgándole la oportunidad al ciudadano de asumir su papel en el espacio público, a donde acudió en busca de respuestas sociales y nuevos liderazgos colectivos.
En este contexto de crisis de representación, de desencanto y desilusión con el SPV, y ante la imposibilidad de salidas institucionales al agotamiento del modelo de representación, es que surgen las intentonas de Golpe de Estado de febrero y noviembre de 1992[18], donde un grupo de militares emergen como una opción ante la decadencia de la democracia venezolana, entre ellos Hugo Chávez Frías, teniente coronel del Ejército. Si bien la intentona fracasó, la breve aparición pública del militar[19] marcó significativamente la psiquis del venezolano promedio, desatándose un revuelo que fue recogido por los medios de comunicación en Venezuela y el mundo. Lo interesante de la intentona de los militares, es que ellos asumieron – como consecuencia de la tecnopolítica[20] o video-política[21]- un rol en el contexto histórico que antes había estado centrado en los partidos políticos. Se constituyeron en una referencia identitaria, en un factor de congregación y aglutinación de las voluntades políticas del ciudadano, que vio con alegría como en un país signado por la ausencia de responsables de la crisis, surgía un grupo de oficiales que estoicamente – casi en forma religiosa- asumió el compromiso de actuar frente al desbordamiento de la democracia venezolana.
El discurso de los complotados del 4 de febrero de 1992, rompió con algunas de las determinantes básicas del simbolismo surgido durante la instauración de la democracia a partir de 1958: a) con la idea que los partidos políticos podían satisfacer los requerimientos del ciudadano común, pero al mismo tiempo beneficiarse del ejercicio del poder mediante un clientelismo sin límites; b) los partidos políticos tradicionales (AD y COPEI principalmente, pero también URD), y por lo tanto sus líderes – Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba- eran los “padres de la democracia”, equiparados en su majestad e impacto histórico con los “padres de la patria” y como ellos impolutos e intocables; y c) que el centro de la actividad pública estaba no en el ciudadano, sino en el líder surgido de la militancia política, que señalaba al pueblo ignorante el camino a seguir.
El discurso de Chávez[22], y los otros miembros del MBR-200, comenzó a construir una Doctrina[23], que hoy en día se asume como totalmente cierta, compuesta por tres afirmaciones esenciales: 1) que la insurgencia del 4 de febrero adquiere un carácter reivindicativo de la condición política de los ciudadanos, y con ello se desprenden del hecho cierto, que su acción significó una reacción ilegítima contra el SPV; 2) la acción de los complotados en 1992, por su significado ético y moral, provee por osmosis de capacidad técnica y política para gobernar a todos ellos y 3) se plantea una nueva lectura de la historia política venezolana, con un antes y después del 1992, que es en sí misma un intento de reconstruir los referentes de interpretación de todo el pasado histórico – reciente y lejano- venezolano y de la venezolanidad misma.
Los intentos de Golpe de Estado de 1992, no sólo introdujeron el problema del resurgimiento de la conflictividad entre el poder militar y el poder civil en el SPV[24], sino que también agregaron condiciones socio-políticas que incrementaron la ya difícil gobernabilidad democrática de la sociedad venezolana. Con ello, se entró en un proceso que algunos teóricos han denominado como coyuntura crítica[25], que en el caso de Venezuela significó el debilitamiento institucional de la estructura de poder, los símbolos de su ejercicio y los actores hegemónicos que le daban jerarquía, de forma tal que se produce la aparición del fenómeno de la antipolítica, que está “referida a todas aquellas prácticas y mecanismos que manifiestan vocación de actividad pública y de intervención y redefinición de los espacios políticos, e decir la antipolítica está referida a toda movilización que en procedimientos o contenido actúa en una línea diferente de la marcada por la política institucional” (Rivas Leone, 1999: 22).
En ese contexto determinado por la antipolítica, y la aparición de outsiders[26], es que se desarrolla la transformación del discurso político de Hugo Chávez Frías, entre su liberación de la cárcel en 1994 y el triunfo abrumador en las elecciones de diciembre de 1998, iniciando una transición política que aun hoy no ha culminado[27].

2. LA RECREACIÓN DE LA HISTORIA DE VENEZUELA EN EL DISCURSO POLÍTICO DE HUGO CHÁVEZ (1998-2003)
2.1. Los manejos simbólicos del discurso político hegemónico (1958-1998).
El problema esencial que abordamos, es el de la legitimidad, como un elemento para el mantenimiento del orden político. De lo que se trata, es como se construye simbólicamente el mundo vivido, la realidad social experimentada por los individuos como ciudadanos de un espacio público. En el caso de la historia de Venezuela, la legitimidad ha estado asociada – entre otros elementos- a la construcción de proyectos nacionales y la forma cómo los actores políticos que la proponen, logran la aceptación y el sometimiento de los demás sectores sociales. El proyecto nacional, esbozado en la 1era mitad del siglo XIX, llegó a expresar el inicio de la ideologización del pasado histórico, como una fuente para la justificación del orden y las relaciones de poder establecidas por la élite política surgida triunfante de la independencia[28].
El siglo XX, no fue la excepción, y a través de un planteamiento que sustentaba la continuidad de la lucha por la libertad, la participación y la democracia, desde los inicios de la vida republicana, se manipulo la historia[29] para establecer una unidad o continuó histórico, con la gesta independentista, que asociaba la lucha por la instauración de la democracia con los procesos desarrollados en el siglo XIX. A través de la cultura del petróleo, se llegó a hablar de una “segunda independencia”[30], para justificar el ascenso al poder de una elite socio-política surgida paralelamente a la expansión de la explotación del petróleo en Venezuela, durante el período 1926-1945.
El pensamiento político democrático (PPD), durante el período 1958-1993, hizo uso de un planteamiento que sustentaba el accionar de toda la dinámica de participación y toma de decisiones sobre los partidos políticos, asegurándose de esa forma el control sobre los beneficios derivados de la renta petrolera. Este control, vino acompañado de ciertas restricciones simbólicas, expresadas en el caso venezolano, por el uso exclusivo de la simbología bolivariana como representación del poder político. En este contexto, el bolivarianismo, auspiciado a través de la historia oficial, las sociedades bolivarianas, la Academia Nacional de la Historia, se aseguraba de mantener “alejado”, mediante una idealización y /o endiosamiento, la figura de Bolívar del resto de los ciudadanos, asumiendo la exclusividad de su uso y representación. El pueblo, en esta perspectiva se construye a sí mismo como simple espectador, que no anhela otra cosa que la satisfacción de sus necesidades sociales mediante el accionar del partido político, pero al mismo tiempo la noción histórica que maneja se encuentra imbuida de una profunda religiosidad, mediante la cual se extrapola la fe y la obediencia en Dios, a la fe y obediencia al líder político resurgido, tal como lo señalan Ferrer y García (1997:23-24):

“La articulación interna del poder y la cohesión de todo el sistema sociocultural se logró después de afrontar una serie de luchas...Se inicia una verdadera religión civil caracterizada no sólo por la utilización de lenguajes, gestos, ritos y cultos religiosos – sobre todo los de la religión católica-, sino también una verdadera mística/ metafísica “el Estado está por encima de todo”...Está religión civil aplica el vocabulario religioso a la vida cívica ( sirva de ejemplo la expresión: “Bolívar es el Padre de la patria” que sustituye a uno de los elementos básicos del Cristianismo Dios es Padre): se celebran oficios religiosos para conmemorar las fiestas nacionales...existe un culto a la Bandera, al Himno Nacional y a Simón Bolívar, en ocasiones ceremoniales los símbolos patrios toman un carácter eminentemente sagrado y se honra sobre el “altar de la patria”.

Este sincretismo religioso-político, permite el mantenimiento en el pensamiento socio-cultural del venezolano de una máxima: la vocación de servicio a la elite gobernante, y por derivación al Estado Nación, es una norma constitutiva esencial de la socialización pública, tanto en la escuela como en la familia. Este planteamiento, esconde sin embargo, una manipulación ideológica, que confina la libertad de disentir, y que en el caso específico reduce la posibilidad tanto de acceder al pensamiento y proyecto bolivariano, como a los símbolos y representaciones del poder. Se generó todo un ritual, de gran contenido simbólico, mediante el cual se establece una analogía religiosa (Dios-mediación de Jesús ante todos- salvación) con los actores políticos (el partido- el líder mediador- la satisfacción de las necesidades), y por lo tanto, tal como sucede en el acto religioso, no todos pueden acceder al uso de las representaciones de esa religiosidad (no todos imparten la misa, no todos los ciudadanos ejercen el poder).
Los sistemas míticos-rituales, que se expresan verbalmente, adquiriendo connotaciones específicas en el campo de lo cultural, son en sí mismos una expresión de los valores sociales de un determinado grupo, condicionando y determinando la relación de los individuos con su medio ecológico, la concepción del mundo y de la vida, la estructuración de los individuos al interior de la sociedad y la cohesión entre ellos, pudiendo afirmar que los sistemas mítico- rituales y simbólicos son primordiales para el establecimiento de la comunicación entre los miembros del grupo. Por supuesto, al constituirse a partir de 1958, un discurso democrático-popular marcado por esa relación ritual partido-líder-satisfacción de necesidades, se produce un proceso a través del cual se genera la aceptación del todo social de una forma de gerenciar y administrar los recursos públicos, se crea una “creencia política”[31], que resultó vital para el control político efectivo.
El mantenimiento de esa creencia política, a través de la protección de los símbolos-rituales que la caracterizan, hizo posible la precondición del SPV de evitar el conflicto e insistir en el consenso. Por lo tanto, el proceso suscitado a partir de 1992, significó una interrupción de la dinámica social hegemónica de las creencias políticas surgidas desde 1958, y el inicio de una nueva construcción de creencias que compiten por el espacio, el poder y el convencimiento del pueblo, que no tenían como protagonistas a los partidos históricos tradicionales (AD, COPEI, grupos económicos, entre otros)[32].

EL DISCURSO DEL PODER EN HUGO CHÁVEZ. CONSIDERACIONES GENERALES.

Tal como se ha referido, el discurso del poder, expresa por decir lo menos, las diversas construcciones que los hombres realizan de sí mismos y de las relaciones que establecen en la vida social. El caso que nos ocupa, la construcción del discurso del poder en Hugo Chávez tiene, según hemos señalado con anterioridad (Romero, 2001a:229-245; Romero 2001b, Romero, 2002c), un elemento contextual que lo explica y le da significado: la crisis del sistema de partidos en Venezuela. Allí se afirmaba lo siguiente:

“Los factores de socialización característicos del puntofijismo, no tienen la pertinencia histórica que tuvieron antes de 1993, por ello entramos en una gran conflictividad que es expresada en los acontecimientos del 27-28 de febrero de 1989 y en los intentos de Golpe de Estado de 1992. Esta ruptura del orden racional de funcionamiento, obliga a una recomposición del sistema social y por lo tanto de las relaciones de poder.
En está situación de recomposición, se estructura una nueva relación de poder, marcada por la sustitución de la vieja elite política, que necesariamente debe ser “desaparecida” del sistema. Para ello se re -escriben los símbolos de la acción comunicativa, para generar un discurso que es utilizado en la transmisión de “constructos sociales”, que denotan un contenido ideológico permitiendo que el discurso deje de ser simplemente un acto social de habla...” (Romero, 2001:234).


El discurso político chavista, por lo tanto, encaja en unas condiciones de cambio histórico en la concepción, valores y tradiciones de la democracia venezolana, construida a partir de 1958[33]. De lo que se trata, es de una relación mediante la cual se va planteando una reconstrucción del discurso del poder, con la inserción de algunas determinantes diferentes en las asociaciones simbólicas, las creencias y valores que habían sido hegemónicos y dominantes durante una temporalidad prolongada (1958-1998), es decir, se asiste a una estructuración lógico-discursiva que basándose en la crisis como soporte, llega a plantear la problemática en términos concretos de lucha o superación cultural de los referentes que le dieron sentido y significado a un modelo de vida democrática.[34]
Para otros autores como Molero (1999:145-157), el discurso de Chávez, encaja en una situación de deterioro de la realidad política venezolana, a través de la cual se ha venido estructurando una descomposición de las instituciones, actores y dinámicas del sistema, y por lo tanto, su propuesta plantea un cambio radical de las condiciones que caracterizaron al SPV. Expresado a través de un cuadro que señala el campo semántico de la descomposición:
Cuadro No. 1. Campo Semántico de la descomposición en el discurso de Hugo Chávez. Fuente: Molero (2001)


CAMPO SEMÁNTICO
LEXÍAS

POBREDUMBRE

ESTAR PODRIDO

DEGENERAR EN POBREDUMBRE

GANGRENA POLÍTICA

GANGRENA ABSOLUTA Y TOTAL

INGOBERNABILIDAD
DESCOMPOSICIÓN
DERRUMBARSE

ESTAR EN EL SUELO

VENIRSE ABAJO

PROCESO CATASTRÓFICO

CORRUPCIÓN INCRUSTADA HASTA LA MÉDULA

EL PAÍS VIVE EN MEDIO DE UNA CATÁSTROFE

ES PAÍS FRACASO

SISTEMA HORRENDO

HORRIPILANTE SISTEMA DE EXCLUSIÓN

SITUACIÓN SOCIAL DEL PAÍS ESPELUZNANTE

La descomposición social, abre paso a mecanismos identitarios, sobre la base de la complejidad de las relaciones en el sistema político, en las escalas de valores que le dan significado a la vida social, pero sobre todo a las representaciones que cada ciudadano construye acerca de su entorno inmediato. La idea de encontrarse en una situación sin salida, signada por la desesperanza y el desánimo pasan a constituirse en referentes enunciativos de la situación cotidiana del venezolano, y en esta situación el discurso chavista del poder logra encajar en los códigos de expresión manejados por el ciudadano común, más personales y menos formales que los acostumbrados discursos de los líderes políticos. Tal como referencia Adriana Bolívar (2001:125):
“…Los discursos de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera tienen en común que son escritos fundamentalmente en sintaxis declarativa, lo que en términos discursivos les asigna el papel de declarantes, de los que dicen. Esto contribuye a acentuar el distanciamiento con sus interlocutores. En cambio, el discurso de Hugo Chávez Frías contiene sintaxis declarativa, interrogativa e imperativa, lo que quiere decir que adopta mayor variedad de roles como persona; es declarante, pero también pregunta y ordena. Al cuestionar brinda a los demás la posibilidad de participar (pues pueden responder), pero al ordenar controla la conducta de los otros”. (subrayado nuestro)

Está forma personal de expresarse discursivamente, se aleja de las formas verbales tradicionalmente empleadas por el discurso del poder en la historia de Venezuela, que había mantenido una distancia declarativa con el agente histórico objeto de su atención: el pueblo. Esa lejanía, implicó el uso recurrente de referencias discursivas centradas en una descripción no siempre positiva del ciudadano/ pueblo o del pueblo/ ciudadano, dependiendo de las características que se les asigne, pero en fin de cuentas, la representación que se construye esta indisolublemente ligada a los significados que el “líder político” le confiere, pasando desde muy revolucionario y dinámico – si la circunstancia así lo amerita- o , muy retrasado e incapaz – sí la idea es exaltar el esfuerzo del líder por construir, políticamente hablando, una salida – para asumir la trascendencia del accionar del partido, o el programa. Para Madriz (2002:81-82):
“El pueblo vive y actúa independientemente de que el líder o los medios lo nombren. Pero es el discurso del líder y de los otros actores políticos masivamente comunicado, el que elabora y eventualmente instituye un modelo de interpretación para ese hacer; una manera de valorar ese hacer; una identidad política que se atribuye al sujeto histórico de ese hacer quien, así, queda imaginariamente instituido como “el pueblo”... Efectivamente, el discurso populista atribuye al pueblo un conjunto tal de significaciones dispares que, a la postre, éste termina ora amenazado, ora victimizado; y se comporta, ora como cíclope, ora como eunuco; y pasa a la historia ora como libertador, ora como liberado”.

Esa caracterización, impuesta por el populismo, es desestructurada en la dinámica discursiva de Hugo Chávez, estableciendo un manejo más incluyente de la representación del pueblo, a partir del cual éste se constituye en el referente sustancial, en el sujeto predominante, en la razón de ser, de sus constantes alocuciones públicas, señalando de esa forma una “ruptura” significativa, con las formas de construcción y representación de lo sujetos sociales en el discurso del poder. En la práctica, esta situación no sufre grandes cambios, pero la capacidad de persuasión del discurso chavista, para representar una idea de pueblo como sujeto histórico activo es efectiva, congruente y dinámica, permitiendo construir una base de apoyo para establecer una forma de socialización política, que al contrario del discurso puntofijista / populista, no tiene como actor primordial al partido[35].
El discurso de Chávez[36], señala una construcción simbólica importante, mediante la cual el ciudadano/ pueblo pasa a ocupar un lugar resaltante en la estructura expresiva empleada por el líder. En él, el pueblo no se asume como un unicornio indefenso, o un ser grotesco plagado de raíces de ignorancia, por el contrario, la expresión socializante del sujeto pueblo, en su discurso, está impregnada de valores sociales positivos, de civilidad, de ciudadanía, que se traducen en una identificación de ese ciudadano con el líder, de hecho sus expresiones verbales son reiterativas en este punto; y esa reiteración se explica en tanto es necesario reforzar la “creencia política” de la viabilidad del proyecto histórico representado en él – y a través de él, del pueblo/ ciudadano- y que se enfrenta a las condiciones socio-políticas tradicionalmente impuestas por los partidos históricos, que se resisten al proceso de cambio, desde su óptica.
Romero (2002c: 237), señala que “...el chavismo, ha tenido que marcar su carácter de ruptura del puntofijismo, para lograr que su discurso de poder, en cuanto discurso destructor del viejo orden, se convierta en persuasivo. La persuasión resulta esencial para adelantar las modificaciones del orden que se han transformado en la esencia básica del Chavismo, ello con el fin de convencer a los actores sociales de la viabilidad del proyecto político adelantado desde el MVR”. De tal forma, que la práctica discursiva es empleada como un elemento justificador del desenvolvimiento político, que taxativamente conlleva una relación de conflictividad con los actores políticos tradicionales, quienes habían impuesto unos mecanismos de socialización política a través del accionar del partido político, que pretenden ser sustituidos con una práctica más personal de la política.
Hay otro rasgo resaltante en los discursos de Hugo Chávez, y es, precisamente, la expresión personal que asume en su relación con ese pueblo. Encontramos una familiaridad, que se concreta en formas de locución afectivas, que hacen uso del tratamiento personal, en confianza, que contribuye a las transmutación de un vínculo eminentemente impersonal – la relación entre el líder/ gobierno- en un nexo íntimo con el ciudadano/ pueblo.
Esta estrategia viene acompañada, en su caso, de una desmitificación de la figura del líder, en el desmantelamiento de la “idea” de caudillo, que domina e impone al colectivo su parecer[37], aunque en la práctica política se asista a un ejercicio unipersonal del poder, en donde su palabra es la última decisión del adepto bolivariano. Discursivamente, se apela a la emotividad, derivada de las referencias personales en las alocuciones, a las personas que intervienen, señalando un lazo de conocimiento poco común en los discursos políticos, que permite que el ciudadano / pueblo se “haga público” ante el líder, pasa del anonimato al reconocimiento, estableciendo una relación intimista, signado por el empleo de entidades genéricas – amigo, amiga, hermano- que le dan significado y trascendencia a la intervención:

“Presidente Chávez: Gracias Silvia. Bueno, los enemigos que tenemos, a veces uno trata de entenderlo, a veces es difícil. Pero en verdad no son mis enemigos, yo no lo tomo como a título personal, sino que son enemigos del pueblo, enemigos de la patria, enemigos de un horizonte distinto para todos. Yo, a veces trato de entenderlos, aunque es muy difícil. Ahora Silvia, no, yo no voy a desmayar, también te pido a ti como le pido a todos los venezolanos y venezolanas...” (Chávez, 2003) (Resaltado nuestro)

La personalización, expresada en la intervención anteriormente citada, en donde se hace una referencia particular, casi familiar, que denota intimidad, a través del uso del nombre personal de la ciudadana que llama al aire, en el Programa Aló presidente[38], es una demostración de confianza, de cercanía del presidente con el ciudadano, a través del cual se construye una imagen de un “presidente amigo”, próximo a todos y no contaminado por el poder, que contrasta con la típica formalidad del cargo; y por lo tanto, rompe con los rituales del ejercicio del poder en Venezuela. Esta acción, ha sido efectiva, a nuestro modo de ver, para ir construyendo, para viabilizar las posibilidades de concretar el Proyecto Bolivariano, esbozado desde los albores del Golpe de Estado de 1992.
Estos elementos, formulados en forma muy general, nos sirven de marco referencial para comprender el manejo que establece el discurso chavista, acerca de la historia de Venezuela, como parte de sus estrategias enunciativas para propiciar su propia legitimidad.
2.3. El Manejo del Tiempo Histórico en el discurso de Chávez.
Sí, tal como se ha señalado en otras partes de este trabajo, el discurso del poder busca establecer mecanismos simbólicos para propiciar la apropiación de los privilegios y ventajas del poder político, el discurso chavista establece una reestructuración del tiempo histórico, en un intento de desmontar, de deslegitimar las creencias políticas generadas en el marco de la democracia populista (1958-1998). Esto se concreta, en una serie de afirmaciones que procuran el logro de dos objetivos claros: a) la desmitificación del ritual simbólico que asocia la implementación de la vida democrática en Venezuela, a través de los padres fundadores (Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba) y b) una relectura del pasado reciente próximo, que ha sido presentado como pernicioso y antidemocrático, para la vida política venezolana, especialmente en lo referente al balance político de los gobiernos de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita.
La historiografía oficial, ha insistido en la negación del carácter democrático y civilista en el período 1936-1945, de hecho toda la estructura discursiva del pensamiento político democrático (PPD) se plantea como un rechazo a la acción política desarrollada en ese lapso histórico, manifestada a través de una justificación del accionar de Acción Democrática (AD) y la Unión Patriótica Militar (UPM) que los lleva al Golpe de Estado del 18 de octubre de 1945. Nadie mejor que el propio Rómulo Betancourt, para demostrar la apología a la subrepción del orden político, como una “causa justa”:

“El país sabe cuántas fueron las proposiciones conciliatorias que se formularon al Gobierno de Medina Angarita, depuesto por el Ejército y Pueblo unidos el 18 de octubre, para que se realizara una consulta electoral idónea a la ciudadanía... El procedimiento extremo a que se apelara (habla del Golpe de estado), fue provocado por quienes se negaron obstinadamente a abrir los cauces del sufragio libre...” (Betancourt, 1977:75).

La imposibilidad de desarrollar la democracia, y el esfuerzo adelantado a partir del Golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, pasará a constituirse en el mito inaugural del ritual mágico-religioso de la democracia. Insistir en la sagrada misión emprendida por el partido- pueblo y el ejército, como paladines de la libertad se constituyó en una de las bases históricas del discurso de la dominación esbozado a través de los líderes de los partidos políticos[39], quedando con ello establecido los mecanismos de funcionamiento institucional que se estructuraron desde 1958. La idea sustancial de esta creencia política, es que los partidos históricos – sobre todo AD- actuaron (tal como los padres de la patria) desde un principio para construir un régimen democrático. De tal forma, que en la estrategia de deslegitimación empleada por el discurso chavista, es esencial desestructurar el mito del origen de la democracia en Venezuela, y nada mejor para ello que reivindicar el carácter de trascendencia histórica del período comprendido entre 1936-1945, que tan maltratado ha sido por la historiografía tradicional venezolana[40]. Con esta legitimación del papel cumplido por los gobiernos de López y Medina Angarita, se propende a exaltar el carácter ilícito del orden político establecido por los adecos, en un primer intento en 1945, y posteriormente implementado en forma definitiva desde 1958; de lo que se trata es de señalar una continuidad en el accionar político de los partidos históricos desde 1945 hasta el momento cuando son desplazados por Hugo Chávez y el Polo Patriótico (PP). Será el mismo Chávez quién lo manifieste en una alocución:
“...10 de diciembre, día de una Fuerza Aérea que ha estado desde hace 81 años activada y participando en el proceso histórico venezolano, la Fuerza Aérea vio cómo transcurrieron las décadas, los años 20, los años 30, cómo salió Venezuela de aquella dictadura del gomecismo para pasar luego a una fase de transición hacia una democracia con los gobiernos del general Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita; vio la Fuerza Aérea y participó junto a Venezuela, vio como fue frustrado el camino a la democracia por unas elites que no comprendieron el proceso aquel de transición, por unas elites irracionales que nunca han estado consustanciadas con la realidad venezolana, como fue truncado aquel proceso de transición que condujeron dos insignes generales republicanos, demócratas como lo fueron Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita.” (Chávez, 2001a). (resaltado nuestro)
Se intenta expresar, enmarcado en una asociación histórica, una reconstrucción del pasado reciente, a través del cual se ansía no sólo la reivindicación del proceso político ocurrido entre 1935-1945, sino que al mismo tiempo se aspira hacer evidente el hecho que la democracia no fue establecida a través de la acción de los partidos históricos – AD y COPEI- como tanto han insistido los líderes de esas agrupaciones, sino que el desarrollo de la democracia en Venezuela, fue interrumpido por los intereses de los grupos representados en los partidos políticos, y por lo tanto, con su acción truncaron una evolución política que conduciría irremediablemente a un camino signado – desde su óptica- por la prosperidad social y económica. Subyace en las afirmaciones de Chávez, un sentido de valoración del pasado reciente que contrasta con el balance que se ha hecho de ese proceso, por parte de la historia oficial, pero básicamente de la historiografía adeca, cuya mejor expresión es la obra de Rómulo Betancourt Venezuela, política y petróleo, que la ha presentado como un régimen de atraso, decadencia y corrupción. En una vía contraria, se encuentra la reinterpretación construida por el discurso chavista, donde resalta la civilidad de los gobernantes defenestrados y execrados a partir del Golpe del 18 de Octubre de 1945, al mismo tiempo que interrumpe el mito iniciativo de la construcción de la democracia venezolana, señalando claramente que está se encontraba en construcción, antes de la acción conjunta de los civiles y militares.
La estrategia deslegitimadora del discurso chavista, introduce un segundo elemento asociativo, derivado del hecho que la acción que condujo a la interrupción del desarrollo democrático en 1945, fue el resultado de las apetencias de una elite que no valoran el papel de la libertad y el desarrollo económico-social, que sólo responden a sus intereses y que no dudan en traicionar al pueblo, relegándolo al olvido. La noción de desgarramiento, de putrefacción de la sociedad venezolana a partir de las acciones de las elites, esta presente reiterativamente en sus discursos, en ese intento de lograr la persuasión acerca de la perversidad del modelo de democracia implementado definitivamente desde 1958:
“Fue desgarrada la Fuerza Aérea, pero eso fue producto, igual pasó en el Ejército, igual pasó en la Armada e igual pasó en la Guardia Nacional, fuimos desgarrados por una situación que no aguantaba más, por una situación horrorosa en la cual una elite insensata, insensible, y cuando hablo de una elite me refiero sí a una sola elite pero que tiene varios componentes, esa elite tiene un componente político pero también tiene un componente económico; las clases pudientes en Venezuela se unieron a las elites más corrompidas e inmorales que destrozaron la idea de democracia y la esperanza democrática que surgió el 23 de enero de 1958 y también elites militares corrompidas, sin moral, que mancharon este uniforme, que mancharon el honor de la Fuerza Armada Bolivariana de América, se unieron elites militares, elites políticas y elites económicas corrompidas y sin ninguna moral para lograr lo que lograron, destrozar a la patria de Bolívar; ahí está la historia que lo recoja con su dedo implacable, nosotros aquí estuvimos a punto de irnos a una guerra civil.” (Chávez, 2001a) (resaltado nuestro)
Encontramos en el discurso de Chávez, una estrategia que acompaña el uso de referentes históricos, mediante la implementación de una constante apelación a los afectos, que queda demostrada en el empleo de adjetivaciones dramáticas ( situación horrorosa, elite insensata, insensible, dedo implacable), con lo que se intenta recalcar el manejo simbólico del pasado que desarrolla en toda su argumentación. No se trata acá, de una simple reconstrucción del pasado histórico, lo que se busca es lograr a través del uso de los afectos, del sentimiento, validar esa lectura que favorece en su construcción última, la propia acción emprendida el 4 de febrero de 1992. Lo que subyace, no es sólo es intento de terminar con el mito religioso del origen de la democracia, y por derivación, culminar con la representación de padres – dioses del sistema instaurado a partir de 1958, sino que busca al mismo tiempo inculcar una visión de sacrificio, de abnegación de los militares insurgentes a principio de la década de los 90 en Venezuela, a favor de los intereses del pueblo.
El discurso político chavista, emplea mecanismos de atribución de causas a la crisis socio-política experimentada por los venezolanos, y a esas causas – que en el discurso están asociadas a la aplicación de una idea de democracia que no se ajustó a las expectativas del pueblo- se les vincula, en un determinado tiempo histórico, con las acciones emprendidas por las elites a través de los partidos políticos. Lo que se observa, es como Chávez establece una continuidad entre la interrupción del desarrollo democrático de los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita, y el agotamiento del sistema democrático, que quedo en evidencia con el intento de golpe de Estado de 1992. El elemento común de ambas situaciones históricas, está en la forma como se ha traicionado la “idea de democracia”[41], es decir, que toda la estructura socio-política implementada – tanto en 1945, como en 1958- carece del real significado que debe tener la democracia, como un gobierno donde la participación del pueblo se maximice, y en ese sentido, se presenta la mayor asignación ideológica del sentido de la historia manejado por el discurso chavista, derivada del hecho que Chávez asume a través de sí mismo -como sujeto-pueblo-líder- la construcción de una democracia verdadera, llena de adjetivaciones calificativas (participativa, bonita, bolivariana, revolucionaria)[42].
Todas las calificaciones, dejan entrever una misma intencionalidad, a través de la cuál, se intenta una revalorización del papel de la historia, más bien de la idea de la historia, como herramienta para comprender el alcance y la significación del proceso presente. Esta estrategia, le reconoce a la historia un valor extraordinario, y mediante ese reconocimiento se esta asignando una continuidad temporal entre el pasado histórico – idílico, casi irreal, y que en la visión chavista ha sido empleado para manipular- y el presente – marcado por el significado y trascendencia de la “revolución bolivariana”- vivido por los venezolanos. Esa continuidad, que rompe con la creencias y el sistema de valores establecido tradicionalmente en el discurso político, es una relectura de la interpretación asignada por las elites políticas surgidas del proceso desarrollado a partir de 1958, y que desencaja todo el sistema de valores, actitudes e interpretaciones que la historiografía oficial le ha dado, pero al mismo tiempo, inaugura una nueva historia, con nuevos héroes y paladines, con renovados significados y actores, todos devenidos de la acción glorificada del 4 de febrero de 1992.
En ambas construcciones, queda definida una misma intencionalidad, derivada de la necesidad de darle legitimidad al desenvolvimiento de una elite gobernante. Lo que se busca, con este sentido del manejo histórico, es presentar las acciones propias – las del chavismo- con una legitimidad que le es negada a los “otros” – los partidos políticos históricos, enmarcados dentro de la representación del puntofijismo- que se asumen como negadores de la historicidad del proyecto bolivariano.
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74. Sanoja, Jesús (2001). Golpes de Estado en Venezuela, 1945-1992. Crónicas, testimonios y fotografías de la época publicados en el diario El Nacional. Ediciones El Nacional. Caracas.
75. Sartori, Geovanni (1999). Elementos de teoría Política. Alianza Editorial. Madrid.
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77. Tremamunno, Marinellys (Editora). Chávez y los medios de comunicación social. Alfadil Editores. Caracas.
78. Van Dijk, Teun (2000) “El estudio del discurso”. En VAN DIJK, Teun (Compilador) El discurso como estructura y proceso. Editorial Gedisa. Barcelona. España.
79. Weber, Max (1964) Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica. México.
80. Yépez Daza, Jacobo (2002). “El estamento militar venezolano” en Ferrero, Mary (Editora) Chávez, la sociedad civil y el estamento militar. Alfadil Ediciones. Caracas.
81. Zago, Ángela (1993) La rebelión de los ángeles.
[1] Historiador. Profesor Agregado Universidad del Zulia (LUZ), Candidato a Doctor en Ciencia Política, Venezuela. Investigador especializado en Historia Contemporánea de Venezuela y América Latina. Investigador Nivel II del Programa de Promoción al Investigador (PPI) del Ministerio de Ciencia y Tecnología en Venezuela. Ha publicado en diversas revistas nacionales e internacionales. Profesor Invitado por la Universidad Santiago de Compostela, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Zaragoza, Universidad Complutense de Madrid (España), Universidad del Rosario (Argentina), Universidad Nacional Autónoma de México (México), Universidad de La Habana (Cuba).
[2] El MVR, es el movimiento político que sustenta el poder del presidente Hugo Chávez. Conformado en 1996, surge inicialmente como Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) en 1983 – año del Bicentenario del Natalicio de Simón Bolívar- con una estructura esencialmente militarista, que se verá nutrida posteriormente de diversos sectores políticos, que le darán el carácter múltiple que presenta hoy en día. Para un estudio más detallado de la naturaleza y composición de esta organización política – clave para comprender las dificultades del sistema político venezolano- sugerimos consultar los trabajos de Pereira (2001), Martínez (2002).
[3] Es una organización política surgida a la luz de los efectos de la antipolítica en Venezuela. Con una gran influencia del pensamiento socialcristiano, y con un apoyo derivado del Partido Popular (PP) Español, se ha constituido en una referencia política importante por sus iniciativas de orden jurídico. Con una escasa representación en la Asamblea Nacional, ha tenido una presencia mediática resaltante, en donde sobresale el líder de esa organización, Julio Borges, abogado que se hizo famoso a través de un programa televisivo de gran audiencia llamado Justicia para Todos. Un estudio reciente acerca de este partido político puede ser consultado en Núñez y Pineda (2003:45-74)
[4] Partido surgido de una división de Acción Democrática (AD), una de las instituciones políticas de mayor tradición en Venezuela. Se ha caracterizado por un planteamiento pensado para relanzar la socialdemocracia en el país. Su líder, Antonio Ledezma, fue una pieza clave en la vieja estructura de AD, llegando a ocupar el cargo de Alcalde del Municipio Libertador, en Caracas, la Capital de Venezuela.
[5] Es un movimiento social, compuesto esencialmente por profesionales ligados a la industria petrolera. Su origen debe ser ubicado en las controversias surgidas en torno a la política petrolera implementada por el presidente Hugo Chávez, durante su mandato. GP, plantea una reducción de los controles administrativos del Estado Nacional sobre los negocios y estrategias implementadas por Petróleos de Venezuela, SA (PDVSA). Su salida pública se encontró signada por la conflictividad política que derivó en el intento de Golpe de Estado de abril de 2002.
[6] Norberto Bobbio, uno de los más resaltantes pensadores de la filosofía política moderna, señala al respecto “... que el poder legítimo se distingue del poder de hecho en cuanto a un poder regulado por normas,... sólo la justificación, cualquiera que esta sea, hace del poder de mandar un derecho y de la obediencia un deber, es decir, transforma una relación de mera fuerza en una relación jurídica” (1984:29)
[7] “Se empieza a hablar de gobernabilidad cuando aparecen situaciones en las que las instituciones que ostentan el poder legítimo en una colectividad no son capaces de cumplir la misión que parecen tener encomendada” (Arbós y Giner,1996:6)
[8] Bobbio señala al respecto: “Entre legitimidad y legalidad existe la siguiente diferencia: la legitimidad se refiere al título del poder, la legalidad al ejercicio. Cuando se exige que el poder sea legítimo se pide que quien lo detenta tenga el derecho de tenerlo (no sea un usurpador). Cuando se hace referencia a la legalidad del poder, se pide que quien lo detenta lo ejerza no con base en el propio capricho, sino de conformidad con reglas establecidas (no sea un tirano)” (1984:30)
[9] Un estudio amplío y detallado de la importancia y significado del discurso, puede encontrarse en la obra de Van Dijk (2000), en donde se establece una aproximación a los problemas del análisis del discurso.
[10] Para Las Heras y Leizaola (1996) “El discurso es, pues, el medio a través del cual se expresa la ideología, por lo que el discurso político es el canal a través del cual los políticos trasmiten su concepción del universo. Pero, además, esos políticos representan a su vez a diversas instituciones o partidos, lo que significa que sus discursos reflejarán asimismo la ideología de dichos partidos”.
[11] Alfredo Ramos Jiménez (2001:173) señala que “La década de los 90 puede tomarse... como la de inicio de un proceso de desestructuración partidista, fenómeno que va paralelo con un cierto estrechamiento del ámbito de la política. La crisis política va yuxtaponiéndose a la ya larga crisis económica, afectando profundamente al entramado institucional de una democracia en construcción”.
[12] Según Fabbri y Marcarino (2002: 18): se define como: “... un discurso de campo, destinado a llamar y a responder, a disuadir y a convencer; un discurso de hombres para transformar hombres y relaciones entre los hombres, no sólo un medio para reproducir lo real.”
[13] En un trabajo anterior, señalamos que “...cuando hablamos de Chavismo, lo hacemos para referir el fenómeno político construido en torno a la figura de Hugo Chávez Frías, ex comandante del Ejército venezolano, que insurgió en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992. A partir de ese momento emergió con un liderazgo popular que fue consolidándose progresivamente hasta alcanzar el poder en las elecciones de 1998. El chavismo propugnó la ruptura del viejo clima de consenso en la sociedad venezolana propiciada por el Pacto de Punto Fijo (1958)” (Romero, 2003: 128)
[14] Este fenómeno de agotamiento, se expresó a través del denominado voto castigo, que consiste en un voto puramente negativo contra el partido de gobierno, que no expresa una actitud positiva hacia el candidato a favor del cual se emite, sino el deseo de minimizar la probabilidad de que resulte ganador el candidato menos deseado. Un estudio detallado de este proceso, puede hallarse en Rey (1994,3-96).
[15] Un estudio bastante ilustrativo de los aspectos puntuales de este proyecto hegemónico puede encontrarse en el trabajo de Gastón Carballo, denominado Clase Dominante y democracia representativa en Venezuela (1995). Véase especialmente el capítulo denominado Dominación Burguesa y democracia representativa en Venezuela. Apuntes para su funcionamiento (1995:34-78)
[16] Pueden ser consultados los trabajos de Álvarez (1992, 1996), Kornblith (1992,1998), Valecillos (1992), Caballero (2000), donde se abordan desde diversas ópticas el agotamiento del SPV.
[17] Roberto Esposito (1996:21) al hablar de la relación entre filosofía política y el conflicto, señala que “naturalmente existe una razón por la cual la representación filosófica niega el conflicto, razón de “vida o muerte” se podría decir, y es la razón de que es originalmente el conflicto lo que niega la representación... Y no obstante el conflicto, en toda su vasta gama de expresiones, no es otra cosa que la realidad de la política, su factum, su facticidad o también su infinitud”. Este aspecto revitalizante del papel del conflicto para el relanzamiento práctico de la política, tiene especial importancia en el pensamiento político de Hugo Chávez – tal como será demostrado más adelante- quién lo asume como una precondición del proyecto histórico bolivariano, a través de su expresión concreta como resistencia del accionar del pueblo ante los intentos hegemónicos de la burguesía venezolana.
[18] Sobre los intentos de Golpe de Estado en 1992, pueden consultarse los trabajos de Catalá (1998), Sanoja (2001), Zago, Machillanda (1993), Muller Rojas (1992), entre otros.
[19] En un mensaje trasmitido por todos los medios audiovisuales y radiales en Venezuela, durante la mañana del 4 de febrero de 1992, Chávez señalo lo que sería la base de su planteamiento político – el rescate de lo bolivariano- en el futuro inmediato: “... Este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados del Regimiento de Paracaídas del estado Aragua y Brigada de Blindados de Valencia. Compañeros, lamentablemente por ahora nuestros objetivos no fueron logrados en la ciudad capital..., oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, valentía y desprendimiento. Yo, ante el país y ante ustedes sumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano” (Chávez, 1999: 228).
[20] Stefano Rodotá (2000: 19-20), señala que “La tecnopolítica obtiene sus modelos en el mundo de la producción y el consumo, la oferta política es asimilada a la de los productos y de los servicios y se desarrolla una campaña electoral permanente, o, mejor dicho, un intercambio continuo de productos políticos, sobre todos en la forma de flujos de información”.
[21] Giovanni Sartori (1999), no habla de tecnopolítica sino de video-política o video-poder, que sin embargo contiene el mismo planteamiento de Rodotá, acerca de la cada vez mayor incidencia de lo audiovisual en la determinación de la construcción de la voluntad política. Sartori dice: “La televisión está cambiando al hombre y está cambiando la política. La primera transformación engloba la segunda. Pero es la video-política la que mejor representa, en este momento, el video-poder, la fuerza que nos está modelando... La esencia (de esa transformación) es la siguiente: al faltar el poder del partido como entidad por sí misma, como máquina organizativa, como coagulante del voto popular, lo que queda es un espacio abierto en el que el poder de la pantalla y la video-política tienen la facilidad de extenderse, sin chocarse con contrapoderes” (1999: 351-352).
[22] La Profesora Irma Chumaceiro, investigadora de la Universidad Central de Venezuela, dice al respecto del discurso político de Hugo Chávez, emitido en febrero de 1992, lo siguiente: “El efecto mediático del texto de Chávez, tal vez, sin precedentes en Venezuela, llegó a todos los sectores de la sociedad y logró dividir las opiniones de la clase política en torno a dicho acontecimiento... Chávez, en este momento de su polémica aparición pública, el mismo día del 4-F, califica el alzamiento militar como un movimiento militar que había sido temporalmente derrotado, y en consecuencia pide a sus compañeros deponer las armas y esperar una nueva oportunidad. A partir de ese momento, el por ahora... del comandante se convirtió en una importante referencia política...Como derivación de este fallido intento de interrumpir el hilo constitucional... se desarrollo en algunos grupos sociales, una severa descalificación a la democracia... Al mismo tiempo tomó fuerza en algunos sectores de la población la expectativa de cambios radicales. Todas estas circunstancias condujeron a que seis años después del 4-F, Hugo Chávez llegara a la Presidencia de la República...” (2002,186-187)(subrayado nuestro)
[23] Según Foucault (1970:37) “...vincula los individuos a ciertos tipos de enunciación y como consecuencia les prohíbe cualquier otro; pero se sirve, en reciprocidad, de ciertos tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos, y diferenciarlos por ello mismo de los otros restantes. La doctrina efectúa una doble sumisión: la de los sujetos que hablan a los discursos, y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos que hablan”.
[24] El problema de las relaciones entre el poder civil y militar, si bien no es objeto del presente trabajo, constituye por su importancia, un elemento de reelaboración simbólica e histórica establecido por el discurso político de Hugo Chávez. Sostenemos que como un efecto de las condiciones de cambio histórico que experimento Venezuela, a partir de las insurgencias militares de 1992, se entró a un proceso en donde los militares ante los vacíos, cambios y crisis de los sistema de representación institucionales del SPV, asumieron roles que antes fueron cumplidos por los actores políticos, asistiendo a una progresiva politización de los militares, que es distinto que afirmar que hay una militarización de la política. Hemos abordado está temática en dos trabajos anteriores (Romero et al, 1999; Romero, J: 2002a), pero son de resaltar los aportes realizados por Irwin (2001,2003), y Ferrero (2002), Romero (2002), Yépez Daza (2002), entre otros.
[25] Collier y Collier (1991:29) la definen como: “un período de cambio significativo que ocurre de distintas formas en países diferentes y que genera un nuevo legado /herencia que será incorporado a otro nuevo período de crisis o de coyuntura crítica”.
[26] Estudios ilustrativos de este fenómeno en América Latina, contextualizado en los años 90 del siglo XX, pueden encontrarse en las obras de Cotler (1995) y Perelli (1995). Un estudio comparativo interesante, referido al caso de Venezuela y Argentina, es el de Pereira (1996:103-124).
[27] Consúltese a Romero y Lares (2002b: 71-98), en donde se aborda a partir de la conceptualización de transición política sugerida por Manuel Alcántara Sáez, el proceso venezolano entre 1993-2002.
[28] Al respecto resultan esclarecedores el texto de Germán Carrera Damas (1986) Venezuela: proyecto nacional y poder social, donde se aborda la dinámica política e ideológica que condujo a la estructuración del Estado-nación durante el siglo XIX. En él se plantea como la estructura de poder interna, que emergió de la Guerra de Independencia tejió una serie de relaciones simbólicas e ideológicas mediante el manejo y la idealización del proceso histórico.
[29] De nuevo es Germán Carrera Damas (1998:6-73), quién desarrolla la idea del manejo historiográfico realizado por la historia oficial para justificar la hegemonía de los grupos de poder. Dice: “La historiografía patria – consagrada a la justificación de la independencia-, y la nacional – dedicada a fundamentar el proyecto nacional- han fomentado sobre este trance creencias engañosas. Movidas por un elemental patriotismo, acorde con los tiempos, esas historiografías han pretendido dar por sentado que la aspiración de independencia y de organización nacional ha caracterizado, desde siempre, a la sociedad venezolana. Es más, esa aspiración habría estado, desde el inicio, asociada con el régimen republicano. Se han producido, de esta manera, deformaciones históricas de larga proyección”.
[30] La expresión es de Rómulo Betancourt, en su obra Venezuela, Política y Petróleo (1979). En ella se recoge el mito de la lucha contra el “invasor” extranjero, que explota las riquezas del venezolano y ante el cual hay que erguirse a defender el “suelo patrio”. Por supuesto, esa defensa realizada bajo los auspicios del planteamiento político contenido en el Proyecto Modernizador Betancurista, mediante el cual los instauradores de la democracia serían los “nuevos padres de la patria”.
[31] Geovanni Sartori (1999:119) señala que son “... ideas tenidas por ciertas, que se dan por descontadas, y por lo tanto ampliamente exoneradas de inspección y revisión. Si se quiere, las creencias son ideas enraizadas en el subconsciente cuya función es la economizar el pensar”. Por lo tanto, cuando hablamos de creencias políticas, lo que hacemos es señalar como surge y se institucionaliza una idea del relacionamiento entre grupos, actores y ciudadanos en un espacio público, que sirve para explicar las relaciones de poder.
[32] Un estudio acerca del impacto de estos cambios en las creencias sobre las protestas sociales surgidas en el período 1989-1996, puede encontrarse en los trabajos de López Maya (1999b) y Salamanca (1999), que abordan desde unas perspectiva teórica múltiple el desarrollo y consolidación de las protestas populares, ante la incapacidad de los partidos políticos de “convencer” al ciudadano acerca de su legitimidad en el desempeño de las funciones públicas.
[33] No es intención de este trabajo abordar la dinámica socio-política que explica la crisis de la democracia venezolana y el ascenso de Hugo Chávez, pero creemos que es ilustrativo un comentario emitido por Daniel Levine (2001:21): “... la decadencia económica, la inflación, el colapso de la moneda, el colapso institucional, el decaimiento político y el resurgimiento de la personalización de la política, la creciente presencia de militares y la explosión de criminalidad... La convergencia de esas tendencias... significa el reemplazo de la apertura y el optimismo por una rabia difusa y un sentimiento de traición. Líderes como Chávez han aprovechado esos sentimientos con eficacia”. Para abordar el estudio del proceso de crisis de la democracia y ascenso del Chavismo pueden consultarse los trabajos de Pérez (2000), Molina (2000), López Maya y Lander (2000), Álvarez (1996), Kornblith (1996,1998), Rodríguez (1996), Salamanca (1996), Molina y Pérez (1999), López Maya y Lander (1999a), Molina (2001), Maingon, Pérez y Sonntang (2001).
[34] Consúltese los trabajos de Ramos Jiménez (2002ª, 2002b), donde se aborda el desarrollo de lo que el autor llama el fenómeno Chávez, como un proceso signado por el deterioro del sistema democrático.
[35] Un estudio interesante acerca de los procesos de socialización política en Venezuela, a partir de la irrupción del chavismo en 1992, puede ser consultado en Caldera (2003: 9-23), quién señala que “… la nueva sociabilidad política que hoy articula la conducta de todos los actores sociales y políticos en Venezuela, tiene que ver con el deterioro de lo que podríamos llamar consenso democrático para dar paso a una situación caracterizada por el conflicto o disenso democrático”.
[36] En una de sus alocuciones semanales en su Programa Aló Presidente, Hugo Chávez llega a expresar: “A ver, vamos a ver ahora el pueblo, el pueblo, siempre el pueblo. El pueblo es el dueño del poder y tiene que ser así, Florencio la consigna, la consigna "si queremos acabar con la pobreza démosle poder a los pobres". Poder para los pobres, poder para el pueblo para que ellos mismos salgan de la pobreza y ese es el lema de la revolución uno de los tantos lemas de la revolución” (resaltado nuestro) (Chávez, 2003)
[37] “...los pueblos de las islas del Caribe venezolano tienen que ir aprendiendo, tienen que ir conociendo los líderes de la nueva Venezuela un nuevo liderazgo porque no se trata de Chávez el caudillo no, no, no he sido ni seré ningún caudillo, el mesías ah, qué mesías, un ser humano, un soldado un hombre. Pero que gusto. En la medida en que con el paso de los días, con el paso de los meses, con el paso de los años nuevos líderes hombres y mujeres se vayan fraguando en la batalla entonces uno se irá sintiendo un poco más aliviado y uno no será imprescindible...” (Chávez,2003)
[38] Es un programa que es transmitido simultáneamente por radio y televisión, todos los domingos, en donde el Presidente presenta a debate varios de los temas o puntos álgidos de su gestión. Su concepción, planteamiento e ideales, forman parte de un intento de establecer una política comunicativa que se presenta antagónica a las reticencias y resistencias que produce en los medios privados de comunicación, que han mantenido una beligerancia muy activa durante todo el período de gobierno de Chávez. Un estudio de está relación puede ser consultado en Abreu (2003), Tremamunno (2003), y Romero y Lugo (2003).
[39] En un Comunicado del Gobierno Provisional surgido el 18 de octubre de 1945, se dice lo siguiente: “Esta noche, después del triunfo alcanzado por el Ejército y el pueblo unidos contra el funesto régimen político que venía imperando en el país, ha quedado constituido un Gobierno revolucionario provisional” (Suárez, 1977:70-71). Alocución de la Junta provisional de Gobierno 19 de Octubre de 1945.
[40] Battaglini (2001:91-92), señala que “la producción historiográfica que en nuestro país ha estado guiada o influida directa o indirectamente por el “imaginario octubrista” (el cual tiene su punto de partida en el golpe de Estado del 18/10/1945), funda su argumentación en la afirmación de que el derrocamiento del régimen medinista tiene como principal determinante la negación que presuntamente este hace de la democracia... Afirmar que a partir del 18/10/1945 es cuando se produce, de manera significativa, la presencia e inserción de los sectores populares en la dinámica socio-política del país, además de una evidente inexactitud histórica, constituye la pretensión de negar que ese hecho venía siendo una realidad desde 1936”
[41] Está idea de traición, se ha manifestado frecuentemente en el discurso político de Hugo Chávez, en donde se encuentran referencias a ese proceso a través del cual el chavismo expresa parte de la justificación de su desenvolvimiento mediante el proyecto bolivariano : “...porque el Pacto de Punto Fijo es decir los partidos Acción Democrática y Copei y sus dirigentes fundamentales a la cabeza de ellos Rómulo Betancourt y Rafael Caldera traicionaron la esperanza que surgió de estas barriadas populares y por estas calles el 23 de Enero de 1958...” (Chávez, 2002).
[42] En la Juramentación de los Círculos Bolivarianos, expresa lo siguiente: “...decirle a Venezuela y al mundo y a los manipuladores de siempre por donde anda el pueblo venezolano para que quede una vez más bien claro por dónde anda y por dónde seguirá andando el pueblo venezolano, el pueblo defiende y el pueblo quiere su revolución.” (Chávez,2001b)

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